Seguro que al hablar has mencionado en muchas ocasiones el ego de tal o cual persona para referirte a su comportamiento o, tal vez, te hayan acusado de «tener mucho ego». Pero ¿a qué nos referimos exactamente cuando hacemos referencia a él? ¿Es siempre malo? ¿Resulta necesario para nuestro bienestar personal?
Te explicamos hoy cómo saber si tienes un ego positivo o negativo para que salgas de dudas y tengas la posibilidad de conocerte un poco más para guardar el siempre recomendable equilibrio que necesita nuestra mente y nuestra salud emocional.
Qué es el ego
En latín, la palabra ego significa yo, pero en psicología el término se utiliza para hacer referencia a la instancia psíquica que permite que un individuo se reconozca a sí mismo y a su propia personalidad.
Pese a que este concepto es neutro y genérico, esa identificación y reconocimiento del yo por parte de cada uno de nosotros puede dar lugar a un ego positivo o a un ego negativo. Sin embargo, cuando la mayoría de la gente menciona el ego siempre lo hace de manera coloquial con connotaciones negativas, como si fuera algo malo relacionado con el exceso de autoestima. Pero no siempre es así.
Ego positivo y ego negativo
Para comprender la dualidad del ego, entre el positivo y el negativo, debes tener en cuenta que, como en la mayoría de los casos, el punto intermedio es el más adecuado. El equilibrio entre el egoísmo absoluto y una generosidad exagerada, con la que te olvidas de ti mismo y de tus necesidades, es el que se ha de aspirar alcanzar.
Sin embargo, cuando la gente habla de ego suele centrarse solo en el negativo, que es el que provoca que una persona anteponga por completo y sin ningún tipo de trabas sus intereses ante los demás. Sin individuos que se consideran por encima del resto y que carecen de empatía. Así que si no escuchas la opinión de los que te rodean, siempre crees tener razón, pecas de egoísta y te cuesta ponerte en el lugar del otro porque siempre antepones tus deseos, cayendo presa con frecuencia del estrés y la ira, el ego negativo es el que más peso tiene en tu personalidad.
De hecho, en la sociedad actual, recibimos constantemente mensajes para alimentar el ego negativo, por lo que se nos presenta como si fuera algo bueno, puesto que nos anima a comprar, consumir, competir y compararnos constantemente con los otros. Se fomenta así a mantener un individualismo exacerbado y a la necesidad de tener que ser el mejor y sobresalir en todo, destacando a nivel intelectual y físico cueste lo que cueste, lo cual tiene su reflejo, de una u otra forma, en las redes sociales.
Por su parte, el ego positivo peca de todo lo contrario. Si nunca expresas lo que sientes y antepones las necesidades de los otros a las tuyas propias, siempre dispuesto a complacerlos aún en contra de lo que piensas o deseas, cuentas con un ego positivo. Y por más que terceras personas te alaben y hagan creer que es maravilloso, es igual de malo que el otro. Seguramente actúas así esperando algo a cambio: determinada forma de actuar, que te quieran, que no te abandonen… Ten en cuenta que, al final, el ego positivo alimenta mantener actitudes sumisas.
Recuerda que no puedes olvidarte de ti mismo por completo y que tampoco resulta adecuado llevar la empatía a un extremo tal en el que te veas inmerso en la vida del otro como si el sufrimiento fuera el tuyo propio, porque tampoco podrías ayudarle como te gustaría. Lo ideal es alcanzar un ego equilibrado entre esos dos polos opuestos: el negativo y el positivo.
La búsqueda del equilibrio
Alcanzar y mantener un ego equilibrado repercute en el bienestar de los demás y en el de nosotros mismos, evita que tengamos conflictos internos sin resolver y que alimentemos frustraciones que no sirven de nada. Asimismo, facilita la búsqueda de un bienestar común en nuestras relaciones personales y en nuestra sociedad, y para conseguir mantenerlo resulta imprescindible la inteligencia emocional.
Ten en cuenta que la verdadera generosidad ha de ser desinteresada. Si haces un favor, te comportas de determinada manera o regalas algo, ha de ser sin esperar nada a cambio, solo porque te sale del corazón. De igual modo, debes recordar que las relaciones personales son de doble dirección y no puedes estar dando y complaciendo a otra persona para que no se vaya, para que no se enfade o para que te acepte. Recuerda el consabido «hoy por ti, mañana por mí». Si no te apetece un plan o no tienes tiempo para ayudar a alguien, sé asertivo y explica la situación, al igual que en otra ocasión tú deberás comprender perfectamente esa postura por parte de otro amigo o familiar.